Un marco de acción de varios niveles.
COVID-19, una enfermedad causada por un nuevo coronavirus, se convirtió en una importante amenaza humana mundial que se ha convertido en una pandemia. El coronavirus es uno de los principales patógenos que se dirige principalmente al sistema respiratorio humano. A fines de diciembre de 2019, un grupo de pacientes ingresó en hospitales con un diagnóstico inicial de neumonía de etiología desconocida. Los primeros informes predijeron la aparición de un posible brote de coronavirus llamado SARS-CoV-2, que causaría la enfermedad COVID-19. La epidemia en curso ha sido declarada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como una emergencia de salud pública mundial.
Las experiencias de brotes anteriores han demostrado que, a medida que evoluciona una epidemia, existe una necesidad urgente de ampliar las actividades de salud pública más allá de la gestión clínica directa y extenderlas para cubrir los principios básicos de gestión y optimización de la utilización de recursos. Desde el estallido del COVID-19, la resiliencia individual y comunitaria surgió como un recurso principal sin dejar de ser la primera línea de defensa en la preparación para emergencias. De hecho, las contramedidas psicológicas y conductuales tanto del individuo como de la comunidad son determinantes vitales para mejorar la resiliencia y mejorar la eficacia de los enfoques de salud pública frente a una pandemia de una magnitud similar a la de COVID-19. El estado nutricional de las personas se ha considerado durante mucho tiempo como un indicador de la resiliencia frente a la desestabilización. La ecología de la adversidad y la resiliencia demuestra que los factores estresantes sustanciales, como una nutrición inadecuada, pueden provocar efectos duraderos que están relacionados con la salud. De hecho, la mala calidad de la dieta se ha asociado no solo con la salud física sino también con la mental. La nutrición óptima y la ingesta dietética es un recurso que trasciende al individuo, a la comunidad para alcanzar una influencia global.
Con el fin de mejorar la salud física y mental de las personas frente a la pandemia de COVID-19, este comentario presenta un marco de acción para mantener una nutrición óptima a nivel individual, comunitario, nacional y mundial utilizando una versión adaptada del modelo ecológico de comportamiento de salud.
A nivel individual, el denominador común que impulsa la mayoría de las recomendaciones nutricionales y dietéticas para combatir las infecciones virales, incluida la COVID-19, se encuentra en el vínculo entre la dieta y la inmunidad. De hecho, la evidencia existente destaca que la dieta tiene un efecto profundo en el sistema inmunológico de las personas y en la susceptibilidad a las enfermedades. Se ha demostrado que ciertos nutrientes o combinaciones de nutrientes pueden afectar el sistema inmunitario a través de la activación de las células, la modificación en la producción de moléculas de señalización y la expresión génica . Además, los ingredientes dietéticos son determinantes significativos de la composición microbiana intestinal y, en consecuencia, pueden dar forma a las características de las respuestas inmunitarias en el cuerpo. Las deficiencias nutricionales de energía, proteínas y micronutrientes específicos se asocian con una función inmunológica deprimida y una mayor susceptibilidad a las infecciones. Una ingesta adecuada de hierro, zinc y vitaminas A, E, B6 y B12 es predominantemente vital para el mantenimiento de la función inmunológica. Por lo tanto, la clave para mantener un sistema inmunitario eficaz es evitar las deficiencias de los nutrientes que desempeñan un papel esencial en la activación, interacción, diferenciación o expresión funcional de las células inmunitarias.